El otro día fui a pasear por el campo. Tenía mucha ilusión por visitar el lugar donde se encontraba mi zarzamora favorita. Una planta que ocupaba, al menos, doscientos metros cuadrados. Refugio de pájaros, conejos y otros pequeños animales. Con sus preciosas flores alegraba la vista y sus hojas hacían el aire mucho más puro y limpio. Comer sus frutos era una delicia. 

Cuando llegué, no quedaba nada de ella. Había desaparecido por completo. En su lugar había un enorme espacio vacíoAlguien había decidido cortarla.

Entonces sentí una punzada en el estómago y mi cabeza entró en una espiral de pensamientos tales como “¿pero, por qué? Si solamente ofrecía cosas buenas: refugio, alimento, belleza, oxígeno…Ya no podré disfrutar de mis moras favoritas. No puedo entender que ocurran cosas así…es injusto.” Así seguí durante unos minutos más. Sentí rabia y enfado. La punzada en el estómago se convirtió en un dolor que crecía a medida que aumentaban los pensamientos en mi cabeza…

Y entonces, recordé.

Recordé volver…a la respiración. Cerré los ojos para sentirla con más claridad. Esta inspiración y esta expiración. Y esta, y esta. Respiraba con el dolor en el estómago. Respiraba con todo el cuerpo. Respiraba con la rabia y el enfado. 

Poco a poco, abriendo los ojos, pude darme cuenta de lo que me rodeaba: los pájaros seguían teniendo otros lugares donde posarse y hacer sus nidos, los conejos comían la hierba en la pradera y se escondían en refugios nuevos, las flores me rodeaban por el suelo creando un manto de colores.

Había estado sintiendo tanto apego por esa planta que su pérdida me produjo un dolor y una rabia que me impedía ver el mundo que me rodeaba en ese momento. Y ese mundo estaba ahí. 

Solamente tuve que recordarRecordar volver. Volver a casa.

Ana Serrano.

error: Content is protected !!

¿Quieres saber más de Mindfulness?

Suscríbete a mi newsletter y recibe artículos, noticias y cursos.

¡Gracias por suscribirte!